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>Quiénes somos>Los camagüeyanos>El padre Gonfaus
Adalberto Afonso.
Camagüey, octubre de 1993.

Presentación

Este era un cura fuera de serie. Para que, a más de cuarenta años de su fallecimiento, todavía el pueblo de Camagüey lo recuerde, no sólo porque una plaza lleva su nombre y, en el centro de la misma, su busto de bronce parece observarlo todo con analítica y escrutadora mirada, cargada de una gran sabiduría de la índole humana; para que aún hoy se hable de él –de manera a veces controversial–, debe haber sido, sin dudas, de características muy distintas de las comunes. Religioso cumplidor de la Palabra, la caridad y la misericordia cristianas, con un perenne anhelo de servicio, y que realizó una ejemplar labor misionera, lo era por encima de cualquier polémica; pero también de modo estupendo fue nada menos que todo un hombre.

El presbítero Pablo Gonfaus Palomares inquietaba a la mentalidad anquilosada de su pequeña capital de provincia. Una ciudad de intereses principalmente ganaderos y azucareros donde hubo algunos valiosos intelectuales que, asfixiándose en la mediocridad ambiental, optaron por marcharse a La Habana o al extranjero. Extrovertido, ingenioso, dicharachero –como típico cubano-, era de baja estatura, grueso, vivaracho, de temperamento sanguíneo, de potente voz y ruidosas carcajadas, todo lo cual hacía de él una personalidad pintoresca, cuya sencillez, austeridad y manera espontánea de ser y de actuar resultaban insólitas, en un medio ultraconservador. Sin embargo, los vanidosos y los engreídos lo respetaban y los humildes –como los feligreses de su Parroquia del Cristo– lo adoraban.

Si bien soltaba sonoras palabrotas en el momento oportuno para el auditorio adecuado –que no merecía ni entendía de perlas ni de margaritas–, y si es verdad que en momentos de justificada ira aquel siempre risueño sacerdote solía exclamar: “¡Debajo de esta sotana hay unos pantalones, y debajo de esos pantalones, un hombre tan hombre como el que más!”, y se encaraba a cualquier irrespetuoso y lo retaba a las trompadas, también siempre tenía listas frases de estímulo y de consuelo para todos los que acudían a él en momentos de crisis moral o económica, conocedores de que el Paíto Gonfaus siempre ayudaba de múltiples maneras.

Que en verdad era nada menos que todo un hombre lo demostró tantas veces y tan bien, a través de toda su existencia, que su persona se hizo merecedora de admiración y de cariño para miles y objeto de sátira y maledicencia para unos cuantos. Y esto último no nos asombra: cuando un hombre sobresale de la medianía y se convierte en casi una leyenda, acostumbra suceder así. Lamentablemente, a veces se mencionan más las figuraciones que las verídicas hazañas. Y sobre todo esto queremos hablar.

Guáimaro

Nació en Guáimaro, el 12 de marzo de 1859. Su madre, doña Caridad Palomares de Sola –más conocida por Galila– era natural del lugar y su padre, don Juan Gonfaus Torres, procedía de Belcerene, en Barcelona, España. En Guáimaro, su padre –que era un reputado maestro albañil– poseía, entre otras propiedades, un tejar en una loma que todavía hoy se llama Loma de Gonfaus, y catorce casas de mampostería fabricadas por él, frente a la Plaza de la Iglesia. Por ello, la familia disfrutaba de una buena posición económica y el matrimonio vivía confiado y dichoso con sus siete hijos fuertes y saludables.

Apenas con diez años de edad, Pablo Gonfaus observó, con admirados ojos, importantes acontecimientos de una guerra de la cual su pequeño pueblo fue importante escenario. El 4 de noviembre de 1868 un reducido grupo de camagüeyanos armados asaltó y tomó la guarnición del lugar e hizo prisioneros a sus treinta y un miembros, sin derramamiento de sangre. Guáimaro fue la primera plaza de la provincia camagüeyana en ponerse en manos libertadoras. Meses después, el 10 de abril de 1869, los hombres más sobresalientes que dirigían la guerra contra España se reunían allí para promulgar la primera Constitución de la República de Cuba en Armas. Ante la amenaza de tropas españolas que avanzaban hacia ese pueblo, sus habitantes lo incendiaron el 9 de mayo de 1869. Ya su familia había sido diezmada por el cólera, en una de las peores epidemias que azotó a la provincia camagüeyana, falleciendo cinco de sus hermanos y su padre. El, su hermana María y su madre salieron, en una carreta, de la población en llamas, llevándose algunas pertenencias y diversos objetos que rescataron de la iglesia que se consumía por el fuego. Llegaron a Puerto Príncipe en tal desamparo, que su tío don Mateo Palomares, hermano de su madre, los llevó para su casa y se ocupó de ellos.

Puerto Príncipe y Santiago

Al año siguiente ingresó en las Escuelas Pías de los Padres Escolapios a continuar sus estudios. En ese recoleto ambiente se le despertó tan fuerte vocación sacerdotal que sus preceptores, valorando su devoción y su afán por aprender, lo propusieron al Arzobispado de Santiago de Cuba para una beca que se otorgaba al alumno que más se distinguiera y que aspirase al sacerdocio, y la obtuvo.

Concluidos los estudios de primera enseñanza, se trasladó a Santiago de Cuba y en el Seminario de San Basilio se hizo bachiller. Inmediatamente después ingresó en la carrera eclesiástica, de la cual realizó los seis cursos establecidos. Durante los once años que pasó en el Seminario no viajó a Puerto Príncipe a visitar a su hermana y a su madre, pues viajar era muy costoso y el dinero que ganaba trabajando en el Seminario y además confeccionando bonetes que vendía a los seminaristas lo enviaba a ellas. Para incrementar esa ayuda, solicitó y obtuvo el cargo de Mayordomo en ese centro de estudios para religiosos. En 1883 se recibió de subdiácono, en 1884 de diácono y en 1885 fue ordenado presbítero por el Ilustrísimo Señor Arzobispo de Santiago de Cuba, Dr. Martín de Herrera y de la Iglesia, quien años más tarde sería Cardenal y Arzobispo de Santiago de Compostela, y quien apreciaba su talento y su laboriosidad.

Regresó a la ciudad de Puerto Príncipe con el nombramiento de Teniente Cura de la Iglesia Mayor y Encargado de la de San Miguel de Nuevitas. En 1887, se hizo cargo provisionalmente de la Parroquia de Nuevitas por enfermedad del Pbro. Manuel Martínez Saltage, que la servía, y regresó a su tenencia al siguiente año. En 1888, el mencionado Arzobispo vino a Puerto Príncipe en una visita pastoral y escogió a Gonfaus como su secretario, para que lo acompañase en su recorrido. En 1889, fue nombrado Cura Propio de la Parroquia de Término de San Fernando de Nuevitas y Encargado de la de San Miguel de Nuevitas. Esa parroquia le interesaba al Pbro. Miguel Ferrer Calvila, quien era cura ecónomo de la Parroquia del Santo Cristo del Buen Viaje en Puerto Príncipe. Aunque esta parroquia era de menos categoría e ingresos, por ser la más pobre, el Padre Gonfaus, deseoso de vivir cerca de su hermana y de su madre, y, a la vez, satisfacer los deseos del anciano presbítero Ferrer Calvila, renunció a su parroquia de Nuevitas a favor del mismo, argumentando las razones expuestas. Desde ese templo, a la entrada del cementerio, extendería su labor misionera no sólo a su parroquia, sino a toda la población de Camagüey, durante más de cuarenta años, hasta su fallecimiento. Fiel a la misma, no aceptó las propuestas de traslado a otras parroquias de más relevancia y desdeñó cargos de mayor categoría en la jerarquía eclesiástica, como el nombramiento de Canónigo de la Basílica Metropolitana de Santiago de Cuba, en 1911, al cual renunció a favor de su pariente el Pbro. Antonio de Sola y Cisneros.

La guerra de Independencia

En febrero de 1895, al estallar nuevamente la guerra contra España, Pablo Ginfaus se solidarizó inmediatamente con las fuerzas libertadoras, muchos de cuyos miembros eran amigos, conocidos y hasta feligreses suyos. El clero criollo era mirado con desconfianza no sólo por las autoridades coloniales, sino también por la jerarquía eclesiástica y los curas españoles. Sacerdotes criollos como Rafael A. Toymill, Diego Alonso de Betancourt, Tomás Borrero, Braulio Orio y Pécora, Juan Luis Soleliac, Adolfo del Castillo, José Alemán, Amado de Jesús Milanés, Pedro Alberro, Ismael José Bestard, el ejemplar Félix Varela y muchos más habían sufrido persecución, cárcel y destierro; es decir, de una u otra forma o de varias habían padecido por reclamar derechos para el pueblo cubano en anteriores épocas y el Pbro. Francisco Esquembre Guzmán había sido fusilado en Cienfuegos durante la guerra de los diez años. El Padre Gonfaus conocía de los procesos, prisiones y destierro del sacerdote camagüeyano Ricardo Arteaga Montejo y de los también sacerdotes Emilio de los Santos Fuentes Betancourt, Manuel Domingo Santos y Manuel José Doval, durante la anterior guerra de los diez años, y suponía que serían mucho más despiadadas las represalias, por lo que tuvo que actuar con extrema cautela, pues eran bien conocidas sus simpatías independentistas.

Aun en los momentos más intensos de la guerra, las autoridades le permitían, por razones de su ministerio sacerdotal, abandonar periódicamente los límites de la Villa y salir al campo para bautizar, visitar enfermos y catequizar. Esas oportunidades las aprovechaba el Padre Gonfaus para ponerse en contacto con oficiales y soldados del Ejército Libertador de Cuba y pasar correspondencia, avisos, medicamentos, gasas y cuanto fuese de necesidad a las tropas mambisas. Bajo su sotana, debajo de la montura de su caballo y en su alforja, ocultaba cuanto podía. Para sus contactos, utilizaba también como comunicantes a personas de su total confianza por su discreción y coraje.

De acuerdo con su gran amigo Salvador Cisneros Betancourt, Marqués de Santa Lucía, arrendó la finca Hato Viejo, al sur de la ciudad, compró una vaquería y puso de encargados a sus familiares Rafael Sarduy Abreu y Francisco Aguilar Estrada, quienes, al conducir la leche a la población, traían la correspondencia del Gobierno de la República en Armas y, en los lomillos, llevaban escondido todo lo que se remitía a las zonas insurrectas. También para los mismos fines alquiló una finca en la Sabana del Padre Porro y puso a su cuidado a un campesino de apellido Rivas, quien diariamente iba al pueblo a vender legumbres y hortalizas y que se hizo tan conocido y familiar de los miembros de la Guardia Civil, que no le miraban el pase o salvoconducto para entrar en la población y salir de ella y ni le registraban los serones. De sus feligreses se auxiliaba el Padre Gonfaus para recibir recados que debía transmitir y, personalmente, comprobaba los movimientos de las tropas españolas, pues cerca de su Iglesia del Cristo se encontraban algunas de las salidas de la población.

El Generalísimo Máximo Gómez, en noviembre de 1896, dio órdenes de organizar una banda de música en el tercer cuerpo del Ejército Libertador. El músico camagüeyano Víctor Pacheco Arias fue designado para adquirir los instrumentos necesarios. Ya en posesión de ellos, la mayor dificultad consistía en sacarlos de la población, pues algunos eran de gran tamaño. Había clarinetes, flautas, cornetas, cornetines, trombones, bombardinas, bajos y bombos. Fue el Padre Gonfaus quien logró, junto con sus campesinos, hacer llegar dichos instrumentos a su destino, sin que las autoridades españolas jamás tuviesen la menor sospecha. La agrupación musical mambisa, conocida como Banda Libertad, contribuyó a levantar los ánimos de los a veces hambrientos, enfermos y exhaustos soldados cubanos, y, triunfalmente, entró en la ciudad de Puerto Príncipe, con las fuerzas del tercer cuerpo del Ejército Libertador, el 30 de noviembre de 1898, al finalizar la guerra.

Al Pbro. Pablo Gonfaus se le confirió el grado de Capitán del Ejército Libertador y el derecho a una pensión como veterano, pero, modestamente, rehusó ambos reconocimientos a sus desvelos y útiles servicios por la libertad de Cuba.

Sacerdote y servidor público

En las primeras elecciones municipales efectuadas en Cuba, el 16 de junio de 1900, el Padre Gonfaus fue electo Concejal del Ayuntamiento de la capital principeña, por el Partido Nacional. La admiración de su pueblo, al conocer su valiosa y arriesgada contribución a la causa libertadora, su carisma sacerdotal y su personal encanto como sencillo y campechano hombre de pueblo, que confraternizaba con ricos y pobres, con blancos y negros, con intelectuales y analfabetos, fueron los responsables de que entrase en la vida política de la recién nacida República. El primero de julio tomó posesión de su cargo, junto con otros distinguidos ciudadanos. Con el mismo celo con que atendía sus responsabilidades como Pastor de su extensa grey, asumió sus deberes edilicios. Propulsor y defensor de cuanta obra fuese en beneficio de los ciudadanos, también fue mordaz e implacable crítico para quienes ocupaban cargos públicos y cometían malversaciones y peculado. Hasta su fallecimiento fue figura principalísima del Consistorio camagüeyano y siempre sus correligionarios lo hicieron figurar en la boleta electoral por su garantía de triunfo. Sólo tomó un receso en esas funciones durante el período de 1922 a 1926.

En 1905, al anunciar el presidente Tomás Estrada Palma su decisión a aspirar a ser reelecto para un segundo mandato, se originó un gran malestar en la mayoría de los cubanos. Fundado el Partido Moderado por el gobierno, los desmanes cometidos por sus corifeos hicieron presentir al Generalísimo Máximo Gómez próximos estallidos de rebelión. El General José Miguel Gómez constituyó el Partido Liberal, opuesto a las aspiraciones reeleccionistas. A él se adhirió el Padre Gonfaus y en el mismo militaría durante el resto de su vida. En agosto de 1906 se hizo realidad lo que pensó el Generalísimo Máximo Gómez, al estallar una cruenta guerra entre cubanos. Estrada Palma, incapaz de restablecer la normalidad en el país, entregó al gobierno de los Estados Unidos los destinos de Cuba y se produjo una segunda intervención por esa nación para vergüenza de todos los cubanos, ya que ello constituía como un reconocimiento de la falta de capacidad para autogobernarse.

Años después, el Partido Conservador sería una variante del ya desaparecido Partido Moderado, con sus mismos desmanes, cuando el presidente de Cuba, Gral. Mario García Menocal, hizo conocer sus ambiciones reeleccionistas para el período de 1917 a 1921. Ello provocaría situaciones igualmente violentas a las de agosto de 1906. Al efectuarse los comicios fue tan descaradamente escandaloso el fraude electoral a favor de los conservadores en detrimento de los liberales, que se produjo una rebelión que involucró, durante semanas, a las provincias de Las Villas, Oriente y Camagüey, más que a las restantes del país.

La Chambelona

Mientras se debatían los jefes de los partidos en pugna por los resultados de las elecciones, el primero de diciembre de 1916 el Padre Gonfaus, por ser el Concejal de mayor edad, recibió interinamente la Alcaldía de la ciudad de Camagüey, de manos del alcalde saliente. El 11 de febrero de 1917 comenzó la rebelión conocida popularmente como La Chambelona. En Camagüey fueron detenidos los más destacados líderes del Partido Conservador y ocupada la ciudad por fuerzas del ejército a favor de los liberales. Durante quince días, el Padre Pablo Gonfaus sería el alcalde. El 12 de febrero, hizo publicar y distribuir el siguiente documento:

Alcaldía Municipal.

A los habitantes del Término.

El que suscribe, que venía ocupando la Alcaldía Municipal de este Término desde el primero de diciembre último, en virtud de lo prescripto por las leyes y disposiciones vigentes, fue despojado de su cargo por la fuerza, por un delegado de la Secretaría de Gobernación, comisionado a ese fin.

Restituidas las cosas a la legalidad que existía, en la expresada fecha del domingo once del actual, hechos que todos conocemos, he sido reintegrado al puesto de Alcalde Municipal, por acuerdo del Consejo de Organización, creado por el pueblo, me creo en el deber de dar a conocer la investidura q' tengo, que me fuere otorgada por la ley y en la cual continúo e invito a los habitantes del Término, a que traigan a sus ánimos el sosiego y la seguridad de que, restablecido el orden en la vida municipal están completamente al abrigo de sus derechos ciudadanos.

Esta Alcaldía que espera que todos contribuyan al restablecimiento de la paz pública, para honra y provecho de la Patria.

Camagüey, 12 de febrero de 1917.
Pbro. Pablo Gonfaus
Alcalde Municipal.

En dos cartas escritas desde Camagüey por la Sra. Amalia Simoni Argilagos (1842-1918), viuda del Mayor General Ignacio Agramonte a su hija Herminia, tenemos valioso testimonio de cómo se desenvolvía la vida camagüeyana en los días de “La Chambelona”, tanto en el periodo en que estaba ocupada por los liberales, como después, cuando los conservadores controlaron la situación. De la carta, de fecha 22 de febrero de 1917, reproducimos tres párrafos:

“La tranquilidad en la población es completa y el orden. Todo como si no hubiera guerra. Los conservadores se han persuadido que nada tienen que temer y van saliendo de su retraimiento y cada uno ha vuelto a sus ocupaciones. Sólo siguen presos el Governador Bernave Sanches (sic) y el Alcalde Pancho Sariol.
Estamos incomunicados con el mundo entero, ni una noticia de La Habana ni de ninguna parte. ¡Como estarán Uds.! ¡Que pasará allí y quien estará triunfando en la provincia de la Habana!
Se cree que dentro de pocos días esta situación habrá terminado. No tengas ningún cuidado, a nosotros nada nos pasará, sólo no saber de Uds. y pensar si no sabrán de nosotros nos preocupa por ahora.”

El 26 de febrero, luego de varios días de cruentos combates con los rebeldes liberales, las fuerzas del gobierno menocalista entraron en Camagüey a las dos de la tarde. Desde ese momento se cometieron toda clase de tropelías, de ultrajes y de violencias por parte de las fuerzas de los conservadores. El 27, a la una de la tarde, se hizo cargo de la Alcaldía de Camagüey el Dr. Ricardo Varona Roura, cesando el Padre Gonfaus en sus funciones. Formalmente, entregó los fondos del erario municipal, que se negó a dar a sus correligionarios, demostrando así su honestidad y responsabilidad como funcionario.

Hallándose en el interior de su templo, el sábado 3 de marzo, se le presentó al Padre el Coronel Eduardo Pujol Comas, quien dirigía las fuerzas gubernamentales, precedido de un piquete de soldados y le pidió que lo acompañase. Serenamente, el Padre Gonfaus le pidió que esperase a que se pusiese sus polainas y espuelas para montar a caballo. Fue conducido prisionero hasta la cárcel de Camagüey, a través de toda la ciudad. Al verlo pasar, muchos suponían que no saldría vivo de esa situación. Estuvo preso desde el sábado 3 de marzo hasta el viernes 18 de mayo, pues se le negaba el derecho a salir en libertad bajo fianza. Padeció burlas, hostigaciones y vejámenes, a pesar de sus hábitos y de su edad. Valerosamente, realizó los arduos y a veces humillantes trabajos a que lo obligaron para ganarse el rancho de cada día. Se le embargaron todas sus propiedades, entre ellas la casa donde vivía con su madre y otros familiares. Finalmente, fue liberado mediante fianza de mil pesos, pagada por el Pbro. Manuel Martínez Saltage.

Se ha dicho que, durante “La Chambelona”, el Padre Gonfaus andaba armado. Cuánto habrá en eso de cierto o de imaginado, lo ignoramos. En aquellos días de fanatismo exacerbado en lucha fratricida, poco valían la vida de un hombre desde la entrada de los conservadores en la ciudad. Impunemente se cometían asaltos, saqueos, atentados y se propinaban golpizas. Viejos resentimientos y odios de distinto origen se canalizaban en un aparente motivo de politiquería. Siendo Gonfaus una importante figura política, lógicamente estaba expuesto a cualquier forma de atropello y al riesgo de ser agredido. Si anduvo armado, seguramente no sería para abatir a balazos a cualquier fascineroso. Se sabía que él era un hombre de mucho coraje y se pudo quizás suponer, por sus opositores, capaz de usar un arma, pero su propósito sería, sin lugar a dudas, mantener a raya a cualquier bergante.

Cuánto había cambiado la situación en la ciudad, desde la entrada de los conservadores, lo escribió Amalia Simoni a su hija Herminia en carta fechada en Camagüey el 28 de marzo de 1917:

“Seguimos bien de salud todos, pero la población llena de tropa y por el campo muchas partidas y lo que se oye no es alegre... Se acerca julio y estoy ya preparada. Dios quiera ya entonces haya terminado la guerra. Igo bien, pero aburrido de no poder ir a su finca y en sobresalto porque le anuncien de un momento a otro alguna cosa desagradable. Hoy vino a decirme el inquilino de la quinta q' no podría pagarme $70 pesos pues todos los caballos, magníficos, del tren de coches de alquiler q' tiene se los llevaron las tropas. En lo adelante pagará lo que pueda. Ayer dejaron las tropas a pie a todo el q' tenía caballo. A Jacinto le llevaron dos caballos lindísimos, a M. Angel lo hicieron bajar del coche y se llevaron el caballo, a Biosca también su magnífico caballo Andaluz. No puedo contarte, daba horror ver como desmontaban a los cocheros, carretoneros y dejando los vehículos parados en medio de la calle. En esta quinta entran en pelotones y se suben en las matas de cocos, naranjas, y los caballos de Igo y su magnífica pareja así como Príncipe los sacaron de la cuadra, hace pocos días y nada se ha vuelto a saber. ¡Cómo se escribe la historia!”

Después de la guerra

Terminada la rebelión, regresó Gonfaus a sus ocupaciones habituales: disfrutar del calor hogareño; sus libros; sus crías de docenas de canarios y otros pájaros; sus partidas de damas y de dominó con los hombres de su parroquia, e igualmente se reincorporó a los deberes sacerdotales que le imponía su Iglesia, y a los compromisos ciudadanos, como Concejal, que le exigía su Patria.

Lo llamaban “Paíto Gonfaus” y se referían a él como “el Paíto” (diminutivo de “pae”, padre, muy usado entonces en la zona de Vueltarriba de nuestro país). Con ello se evidenciaba cuánto lo querían.

A los campos se iba a bautizar, a catequizar y a unir en matrimonio, cabalgando en su caballo, como hacían muchos curas de su época, quienes, a pesar de las dificultades para trasladarse, de los abruptos terraplenes y las inmensas distancias, eran preocupados y atentos cumplidores de sus deberes. En una alforja guardaba su sotana y sus objetos para la liturgia y se vestía su filipina de dril crudo. En los guateques y jolgorios campesinos era uno más entre los guajiros que festejaban la cristianización de un niño o la de una pareja enamorada. Con ellos disfrutaba cantando tonadillas tradicionales y de moda, saboreando el ron, el café y la criolla breva que, obsequiosamente, le ofrecían y bailando con jóvenes y viejas. A quien se atreva aún hoy a reprochar esa manera suya tan expansiva, le preguntaríamos: ¿Cómo se comportaría Jesús en las bodas de Caná? ¿Acaso melancólico, taciturno y meditabundo, apartado de los demás, cual aguafiestas, o, sencillamente, fraternizando con quienes lo habían invitado? ¿Se ha pensado cuánto contribuyó a la alegría de esa fiesta al transformar agua en vino, cuando ya los anfitriones no tenían para ofrecer? En cualquier festejo, la solemnidad que imponía la presencia de un sacerdote podía hacer menos apetitosos el cerdo asado, los boniatillos y dulces de coco y de guayaba, el queso fresco y los jugos de frutas; pero con el Paíto Gonfaus eso no sucedió nunca. Su rostro iluminado por franca risa siempre atraía más que un semblante austero. El amor al Señor, cuando rebosa dentro, debe manifestarse en sano regocijo compartido y no en distanciamiento adusto y solitario.

La mayoría de las veces administraba gratuitamente los sacramentos y pagaba él mismo los derechos del Obispado, pues conocía bien la pobreza de cada uno de sus feligreses. Su preocupación fueron siempre los niños y los adolescentes que veía mendigar, desnutridos y analfabetos, expuestos a todos los vicios y formas de delincuencia como único futuro. Por ello, cuando en la década de los años veinte las órdenes de los Salesianos de Don Bosco y de las Hijas de María Auxiliadora se esforzaban en Camagüey por hacer realidad los altruístas proyectos de Dolores Betancourt Agramonte –quien, al morir, dejó la mayor parte de su fortuna apara que se construyesen colegios para que niñas y niños pobres estudiasen y aprendiesen algún oficio, recibiendo, además, enseñanza religiosa– y hubo familiares que quisieron impugnar el testamento para abortar esa obra, el Padre Gonfaus estuvo de parte de quienes luchaban a favor de ella y recriminó el interés individualista de las conspicuas personalidades que pretendían enriquecerse, aún más, a costa del porvenir de miles de niños y jóvenes.

El final

Su robustez comenzó a menoscabarse rápidamente, en cuestión de semanas, hasta que tanto disminuyó la vitalidad de aquel cuerpo siempre activo, que tuvo que permanecer en su lecho, a pesar de las rebeldías de su voluntad. Las monjitas de las Siervas de María se turnaban, con los familiares, para atenderlo, mas a pesar de los cuidados médicos, se aproximaba su fin. El jueves 18 de febrero de 1932, a las 11:50 de la noche, expiró en su casa de la calle Cristo Nº 46, un mes antes de cumplir setenta y dos años de edad. Los últimos sacramentos le fueron suministrados por el Pbro. Antonio Salas Royano, secretario del Obispado, y recibió la Bendición Papal.

Al día siguiente, por la mañana, se trasladaron sus despojos mortales desde su domicilio al Ayuntamiento, en cuya Sala de Sesiones se erigió “en honor póstumo a sus méritos relevantes una capilla ardiente, donde harán Guardia de Honor sus deudos y compañeros".

“Como a las nueve y media de la mañana, entre el numeroso público que se agolpaba frente a la Casa Consistorial, fue trasladado el féretro del extinto Padre Gonfaus, colocándose en la capilla ardiente ya levantada en el Salón de Sesiones del Consistorio.

“En el séquito que acompañaba el cadáver: pueblo, mucho pueblo, autoridades civiles y eclesiásticas; venía también el Señor Obispo de esta Diócesis con el Cabildo Catedral y Alta representación de las instituciones Religiosas de esta ciudad”.

A las cinco de la tarde partió el fúnebre desfile hacia el cementerio.

“A la vanguardia del Cortejo abría la marcha la Banda Municipal. El féretro iba colocado en un carro de auxilios del Cuerpo de Bomberos y escoltado por una brigada de miembros de esta benemérita institución. Al final la Banda de Bomberos dejaba oír las notas lentas de una marcha fúnebre.

Momentos antes de llegar a la Necrópolis, el cadáver del Padre Gonfaus fue introducido breves instantes en la Parroquia de Santo Cristo del Buen Viaje y en aquella Parroquia, en que el extinto oficiara por espacio de más de cuarenta años, los Religiosos, que lloraban su ausencia le cantaron el De Profundis”.

Fue sepultado en el panteón de la Orden de los Carmelitas, de cuyos religiosos siempre fue amigo.

“Y al ser colocado el cadáver en su lecho postrero, el Coronel Abelardo Chapellí, por cuya mente sin duda pasó la visión del joven intrépido y revolucionario, de alto pensar y de nobleza honda, que fue tiempo ha el ilustre desaparecido, con voz un tanto velada por la emoción, con frases que dictaba el sentimiento, hizo la despedida del duelo”.

La noticia de su fallecimiento produjo una conmoción en los camagüeyanos, habituados a su presencia durante décadas, y principalmente, en la mayoría de los residentes en los más pobres barrios de la ciudad, muchos de los cuales se encontraban, precisamente, dentro de los límites de la Parroquia del Cristo. Los humildes comprendían el desamparo en que quedaban al fallecer el Paíto. Habían perdido a su protector y amigo que, con ellos, se alegraba en sus bautizos y se condolía en sus entierros; que alentaba y auxiliaba a sus enfermos; que con sus ancianos compartía tabaco, café, algún vaso de ron y unas horas de juego y plática; que perseguía a los niños que no asistían a las clases de catecismo y los hacía volver a ellas; que aconsejaba y regañaba a quien anduviese en alguna acción reprochable o ilícita; en fin, quien conocía las necesidades y aflicciones y cuanto se relacionase con la existencia de cada familia que perteneciese a su jurisdicción parroquial. A muchos había ayudado de distintas maneras: pagando atrasos de alquileres, prestando una fianza, regalando medicinas, enviando surtidos de alimentos o lo que fuese necesario.

Después de muerto, pareció estar más vivo que nunca en el recuerdo de los habitantes de la ciudad, a la que amó y sirvió tanto.

En el documento de la Administración del Ayuntamiento de Camagüey, de fecha 28 de abril de 1932, en su página 5, aparece que la Plaza del Cristo ya se llamaba Plaza Pbro. Pablo Gonfaus, apenas a dos meses de su fallecimiento.

El 17 de septiembre de 1948 la Cámara del Ayuntamiento de Camagüey acordó adoptar, por unanimidad, la proposición del alcalde de la ciudad, Dr. Antonio Aguilar Recio, de que se erigiese, sobre un pedestal, un busto de bronce del Padre Gonfaus, en el centro de la plaza de su nombre. El dibujante y escultor Erasmo García Pérez realizó la obra, la cual fue inaugurada el domingo 15 de abril de 1951, con la asistencia del alcalde Sr. Francisco Arredondo, concejales, representaciones cívicas, militares y eclesiásticas y mucho pueblo. El entonces sacerdote de la Iglesia del Cristo, Pbro. Teodoro de la Torre, ofició la misa de campaña ante la iglesia, luego de develarse el busto.

Hoy, que relatamos someramente su vida, plena de entusiasmos y dedicación por el bienestar de su prójimo, pensamos ante el busto: “Si en sus ojos de bronce se encendiese la vida, los veríamos brillar con enojo y con pena. Y si de sus labios de bronce brotasen tanto sus ruidosas carcajadas como su potente voz y pudiésemos escucharlas, sería para burlarse de todas las generaciones de cubanos e increparlas porque, neciamente, continúen con los mismos afanes, litigios, angustias y ambiciones de siempre, confiando su felicidad en el caudillo de turno y olvidándose de Dios”.

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Bibliografía y fuentes de información utilizadas.

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El sacerdote que también usaba guayabera. Revista Bohemia. La Habana, 17 de junio de 1951. Año 43, Nº 24, página 64 (texto debajo de foto de su monumento).

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Plano de los fundos o haciendas de la Provincia de Camagüey indicando el lugar en que se encuentran, trazado expresamente para el Índice General de Fundos y Haciendas de la Isla de Cuba, editado por la Sociedad de Antonio G. Taibo y G, 1º de mayo de 1915. R. Fontela (Ingeniero).

Otras fuentes:

Nombres de las calles de la ciudad y barrios del Término Municipal de Camagüey, confeccionado por la Administración del Ayuntamiento de Camagüey el 28 de abril de 1932. (Copia mecanografiada facilitada por el historiador Sr. Gustavo Sed Nieves.)

Dos cartas de Amalia Simoni, Vida de Agramonte, a su hija Herminia Agramonte. (Fotocopias de los originales facilitadas por el Sr. Gustavo Sed Nieves.)

Datos aportados por la Sra. Flor María de Sarduy; Sra. Angela Sarduy; Sr. Pablo Sarduy; Pbro. José Sarduy y Sr. Ulises Navarro.

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Este artículo biográfico ha sido publicado en las revistas:

Enfoque. Diócesis de Camagüey. Julio-diciembre, 1993. Año XIII, Nº 46. Páginas 5 a 10.
El camagüeyano libre. Órgano oficial del Municipio de Camagüey en el Exilio. Publicación bimestral. Año XIV. Miami, Florida. Enero-febrero, 1997. Nº 1. Páginas 21 a 23.

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