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Conferencia de Obispos Católicos de Cuba
Año de 2008.

Padre Olallo En un mundo de dolor, sanando cuerpos y almas, anduvo Fray José Olallo Valdés desde que apenas era un niño y lo abandonaron a las puertas de la Casa Cuna de La Habana. Un día tras otro, durante 54 años, transcurrió la existencia activa de quien fue conocido entre los habitantes de Puerto Príncipe como “campeón de la caridad cristiana” y “padre de los pobres”. Su ejemplaridad de vida y conducta testimonial le merecieron el calificativo de santo, como expresión de una tradición popular que a más de 100 años de su muerte aún perdura.

En plena y lozana adolescencia definió su vocación como Hermano Hospitalario de San Juan de Dios. Y alejado de su Habana natal, y de los sueños y preferencias juveniles de la época, marchó a Puerto Príncipe. Allí, en un hospital para pobres, junto a la cabecera del moribundo, apostó por entregarse todos los días en la cruz para aliviar y sanar el dolor ajeno. Era la fe sobrenatural de una persona cuya misericordia develaba la candidez de un niño, el alma de un titán, la consagración de un religioso devoto.

Pronto ganó fama de enfermero presto y afable que sanaba el cuerpo y curaba el alma. Era la expresión de serenidad y dulzura de un rostro que sin eclipsarse asumía los trabajos más detestados dentro de una institución que llegó a dirigir por un tiempo, luego de rehusar en varias ocasiones a su administración: Olallo barrió las salas del hospital, lavó muchas veces en el río Hatibonico las sábanas y vendajes sucios, bañó a los ancianos.

Su misión y vocación le colocaron siempre al servicio de sus semejantes sin hacer distinciones entre razas, credo, ideología o condición social, aunque nunca ocultó su preferencia por los pobres y marginados. Ellos hallaron en sus manos atención y cuidado; en sus palabras e ilimitada bondad muchos encontraron el reposo y la paz necesarios para marchar al encuentro con Dios.

Hoy, pensar en una entrega sin límites al pobre y al marginado, cuando al cubano de estos tiempos le apremia su mejoría material y le pega en sus espaldas la agilidad de un tiempo que apenas le permite repensar sus propias acciones, parecería anhelo de soñadores. Pero en esa espiritualidad descubrió placer y sentido de vida el Padre Olallo, tanto que hasta renunció al sacerdocio que le ofreciera el entonces arzobispo de Santiago de Cuba para poder seguir con sus pobres en el sitio donde se sabía necesario.

Pobre de solemnidad, como sus pacientes, era el humilde religioso. Como tal vivió, movido por un sentimiento de piedad humana que significaba aliento de vida. Era su casa una pequeña celda del hospital, habitada por una mesa, algunas sillas y un pequeño catre. Jamás le sedujeron ni el brillo del poder ni el ansia de la gloria mundana. Bajo la más estricta austeridad supo conducir su existencia, sabedor de la ley de Jesús, a quien tuvo como Maestro y ejemplo.

Fue Olallo quien recogió con toda veneración el cadáver del Mayor General Ignacio Agramonte y, ante la cólera de los soldados españoles, limpió el ensangrentado rostro. Su gesto, “cual bondad inaudita”, es todavía anécdota recurrente entre los habitantes del Camagüey, quienes conservan con amor su nombre y su memoria.

Solo, como único Hermano de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios en Cuba y América, permaneció los últimos 13 años de su vida. Mantuvo su fidelidad al carisma de la orden desde que siendo todavía un niño ingresó a ella. A partir de entonces supo abandonarse todos los días a las tareas más exigentes con total respeto, sin dejar de cumplir los votos de castidad, obediencia, hospitalidad y pobreza.

Fue un hombre que sin buscar la gloria logró encontrarla en la humildad de su propia vida. Esa lección de grandeza no pudo pasar inadvertida ante los ojos de un pueblo que desde entonces le reconoció como santo. A su muerte, todos los vecinos de Puerto Príncipe salieron a las calles para acompañar al amado fraile en su último viaje terrenal y más tarde, tras colectas públicas, darle digna sepultura y levantar un monumento a su memoria.

En los últimos días de diciembre de 2006, el Papa Benedicto XVI firmó los decretos que proclaman al mundo las virtudes heroicas de fray José Olallo Valdés, reconociéndolo como Venerable. Fue este un importante paso hacia la beatificación de quien marchara “detrás de la inmortalidad sin presentirlo ni apetecerlo”, porque prefirió “entregarse todo entero al que gime en el lecho del dolor y la miseria” durante toda su vida. Vivo ejemplo para el cubano de hoy. El 29 de noviembre de 2008 celebra el Vaticano la beatificación del Padre Olallo.




Hechos relevantes de la biografía de fray José Olallo Valdés

1820: Nace en la Habana José Olallo Valdés, el 12 de febrero.

1835: Profesa como Hermano de San Juan de Dios. Ese mismo año llega al Convento Hospital de San Juan de Dios en Puerto Príncipe (hoy Camagüey) y se consagra en cuerpo y alma al cuidado de los enfermos.

1866: Enferma de lepra el hermano Juan Manuel de Torres, a quien Olallo brinda durante 10 años los auxilios materiales y espirituales adecuados.

1876: Muere, el 26 de enero, fray Juan Manuel de Torres. José Olallo queda solo en el hospital y único hermano de la orden en Cuba y en América.

1887: En diciembre, José Olallo Valdés cae enfermo de gravedad.

1889: El 7 de marzo muere el Padre Olallo.

1889: El 10 de marzo es enterrado en el cementerio de Camagüey en un nicho prestado. Ese mismo año se publica un escrito bajo el título “Corona Fúnebre”, dedicado al devoto religioso.

1889: El 14 de abril, el Ayuntamiento acuerda construirle un nicho para él y dedicarle un parque y una calle.

1989: El 7 de marzo, en el centenario de su muerte, se solicitan los permisos para iniciar el Proceso de Canonización del Padre Olallo.

1991: El primer día del mes de febrero se aprueba en Roma el Proceso Diocesano de Camagüey.

2006: El Papa Benedicto XVI aprueba las Virtudes Heroicas del Padre Olallo y lo nombran Venerable.

2008: El 29 de noviembre se celebra en el Vaticano la beatificación del Padre Olallo.

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