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>Documentos>Retórica del engaño y articulación del fraude, o de la historia como falacia.
Dr. Rolando Morelli, Ph.D.
Agosto de 1999.

¿Cuál es la historia cuando la historia no cuenta, o cuando es otra la historia que nos cuentan? Con poco tiento, y enfrentados a esta interrogante, podría caerse en el penoso ejercicio de una relatividad primaria. Que si "esto" y no "aquello"; que si "cuestión de perspectiva"; que "si hace falta el distanciamiento que sólo el paso del tiempo..."; o incluso el socorrido y ubicuo "color del cristal conque se mira...". Frases hechas (ayer, anteayer, ¿quién sabe cuándo?) y hoy deshechas y descoloridas por el abuso; harapos del pensamiento; lugares comunes de la ingenuidad, o de la desorientación, o del desprecio acumulado contra los hechos de la historia, a la que acaban por imputárseles. (En ciertos lugares la palabra "historia" debe escribirse siempre con mayúsculas, como el nombre de Dios en otras partes, nombre al que por cierto se espera que haya sustituido.)

Ingenuidad, desinformación, furibundez aparte, lo cierto es que los hechos no son nada, sino apenas una lista de actos y ocurrencias, sin el concurso y trasfondo que les proporciona la historia. Historia aquí entendida no como falsificación, o manipulación y arropamiento de hechos a los que se viste y desviste a conveniencia, sino entendida como marco (lo más sobrio y objetivo posible) en que colocar y enjuiciar los hechos; sus concatenaciones y correlaciones, así como las que pudieran establecerse entre los hechos mismos y sus circunstancias.

Y en este punto nos enfrentamos a una definición necesaria (o a la necesidad de ofrecer una definición), de aquello a lo que pudiéramos considerar "hecho", "acontecimiento", "suceso" desde un punto de vista histórico. La historia no puede limitarse al hecho que pudiéramos llamar "épico"; ni atribuirle con carácter exclusivo el calificativo de "gloriosa" a acontecimientos como una campaña militar. (Por otra parte, mientras menos calificativos se empleen, mejor para la historia.)

Allí donde la historia se pone al servicio de la Historia (con mayúsculas obligadas, se trate o no del nombre propio de una materia escolar), lo que se pierde en fibra y sustancia se reemplaza con grasa y volumen. La distorsión interpretativa de los hechos se emplea como un cristal cualquiera caprichosamente antepuesto entre los ojos del cronista y los hechos mismos; como unos lentes cortados a la medida de la distorsión que se procura. Allí donde el historiador serio y concienzudo desentierra, los otros historiadores revelan una verdad trucada por ellos mismos con plena conciencia, o tal vez con inconciencia plena. Las herramientas de la investigación y la exposición son utilizadas con la intención de producir lo mismo un cadáver exquisito, como un vivo hediondo, o viceversa; o una combinación de ambos.

La información se vuelve así desinformación. La comunicación, incomunicación y silencio. Y la divulgación se hace propaganda. A la persuasión filosófica individual se impone la ideología del Partido (con mayúscula), del Comité Central (ídem); del Jefe Máximo, del Estado, del Pueblo, de La Patria, etcétera. Si el presente y el futuro importan a esa "Historia" que parte de sí misma, en mayor grado le importará el pasado. Así pues, se emprenderá simultáneamente la tarea "titánica" de "construir el presente"; "forjar el futuro"; y, "reinterpretar" (es decir, rehacer) el pasado, o lo que es lo mismo, "retocar" ese entramado a las luces que mejor convengan; recortar el lienzo, oscurecerlo; en fin, proporcionarle un marco "más apropiado" al propósito inmediato, y presentarlo luego como "la cosa en sí", rescatada del olvido para las presentes y futuras generaciones.

Se explica así que, frente a ese "revisionismo" interesado y sesgado por motivaciones político-ideológicas, se haga necesario otro "revisionismo" que, por una parte restituya los hechos distorsionados a una luz más neutra, y por la otra, haga la crítica y desmontaje de los recursos retóricos y falsificadores de la Historia, con mayúscula. Es esto, en esencia, lo que se propone el presente trabajo. Se ha tomado para ello, un artículo aparecido en el periódico Antorcha, de 1947, que se publicaba en la ciudad de Camagüey, y reproducido en la página seis de Juventud Rebelde del 1º de septiembre de 1998 en su espacio "Elecciones", bajo el título de "El primer fraude electoral lo cometieron los conquistadores".

Este trabajo, que se atribuye a un Jorge Suárez Sedeño, es con toda probabilidad de la autoría del historiador camagüeyano Jorge (Juárez) Sedeño, hijo a su vez de otro historiador lugareño de gran renombre, Jorge Juárez Cano. El título conque aparece el trabajo en Juventud Rebelde [J.R.], pudiera ser el que le diera su autor, dato que no se menciona, pero que podría colegirse de la nota final de J. R.: "tomado del periódico Antorcha, Camagüey, enero de 1947. ( ... )". La reproducción de este trabajo tomado de la prensa camagüeyana de 1947, en las páginas de J.R. se sitúa en el contexto de las elecciones que en 1998 convocaba en Cuba el régimen de Castro y su partido único. Y sirve de complemento a otros materiales, entre los que debe mencionarse "Democracia diabólica", suerte de artículo-entrevista al historiador y narrador Rolando Rodríguez, que escribe el periodista Jesús González.

Desde luego que el proceso eleccionario bajo un régimen de partido único en la Cuba de 1998, con el fin obvio de "ratificar" a dicho partido y al gobernante Fidel Castro en sus posiciones, a las que éstos accedieron sin elecciones previas, se produce en condiciones de óptimo control de los medios masivos por parte del partido y el estado cubanos, sin oposición alguna y sin que haya un colegio eleccionario independiente, amén de otras amenidades semejantes. Pero el periodista Jesús González atribuye no a tal presente, sino al pasado (y a la democracia en sentido general), el carácter diabólico absoluto que proclama su trabajo. No es pues de extrañar, que el trabajo que se reproduce de una publicación camagüeyana de 1947, y el cual tendría un carácter más bien histórico-diacrónico ya en el momento de su publicación inicial (pues se refiere a las "hazañas" electorales de las autoridades coloniales de Puerto Príncipe, año de 1534), se nos presente en el contexto general de desinformación a que propende la publicación actual, como una "muestra" más de corrupción "en el pasado", y a fin de satanizar a la democracia como sistema.

Lo interesante es que para redondear el trabajo sucio de desinformación actual se acuda a la reproducción de un texto serio, que nada tiene que ver con el presente, y que más bien lo censura al censurar los métodos coloniales, que son por derecho propio idénticos a los del régimen castrista. Ciegos a su propia evidencia en este sentido, y dispuestos a sacarles los ojos a sus lectores como se atrevan a ver más allá de sus narices, Juventud Rebelde no sólo decontextualiza el texto que reproduce, sino que además, con un acto de malabar, hace pasar gato por liebre, y pretende arrebatarle el sentido de su texto al mismísimo autor. Allí donde éste condena la imposición de su voluntad al pueblo por parte de las autoridades, los defensores oficiosos del castrismo se niegan a ver esta evidencia, y hacen aparecer al autor como enemigo de la democracia, con lo cual se hace indirectamente la apología de un régimen, el castrista, cuya presunta superioridad moral, ética, y de todo tipo no parece requerir de más confirmaciones que las que ofrece la bizantina retórica de sus partidarios y la de su prensa.

Para que el lector pueda apreciar por sí mismo las coordenadas del trabajo reproducido en Juventud Rebelde, con independencia del contexto trucado en que este periódico lo sitúa, transcribimos igualmente aquí el texto presuntamente de Jorge (Juárez) Sedeño, con el título que aparece en J.R. y que podría ser el mismo del original de 1947.

El primer fraude electoral lo cometieron los conquistadores*

Jorge (Juárez) Sedeño

Antes de cumplirse los veinte años de la fundación de Santa María del Puerto del Príncipe, Camagüey (el dos de febrero de 1514), y antes de los seis años de estar ya trasladada al lugar donde hoy está la ciudad, lo que se hizo el 6 de enero de 1528; se cometió el primer fraude electoral de que se tiene noticia oficial en Cuba, realizado en la mañana del primero de enero de 1534.

Siempre que se fundaba una villa, se constituía su ayuntamiento o cabildo, como se hizo en Santa María del Puerto del Príncipe. El cabildo principeño constaba de un alcalde, cuatro regidores, un procurador de consejo y un alguacil, que se elegían anualmente los primeros de enero, en su propio local y en reunión llamada consejo abierto, lo que implicaba la asistencia al acto de todos los vecinos de la villa.

La condición de vecino sólo la tenían los cabezas de familia, pues los carentes de ellas, aunque fueran ancianos, no lo eran para ningún efecto ni derecho. Por lo que Puerto Príncipe, en los primeros días del año 1534, sólo tenía 20 electores.

La villa carecía de casas de mampostería y de otras construcciones que no fueran las siboneyes, diferenciándose un poco de ellas, con otros materiales, [se habían levantado] la casa ayuntamiento y la iglesia parroquial, origen de la actual catedral de Camagüey.

Ese día, a las nueve de la mañana, como en todos los demás años anteriores, al terminarse los oficios religiosos en la iglesia, la campana del ayuntamiento tocó "cabildo abierto", llamando a todos los vecinos a su asistencia. La mesa la presidía Diego de Ovando, Teniente Gobernador, asesorado del vecino más viejo y del más joven.

Una vez que votaron los veinte electores, todos se retiraron y la mesa procedió al escrutinio. El alguacil, que era uno de los regidores que cesaba, por medio de pregón, a falta de los medios de información pública hoy existentes, anunció el resultado a los vecinos congregados al frente del ayuntamiento, invitando a los electos a tomar posesión de sus cargos.

Pero el electorado protestó enérgicamente por haber sido burlado en sus aspiraciones, y no haberse seleccionado ni elegido para [regir] los destinos de la villa a las personas que ellos deseaban, y en cambio se escogían otras ajenas al propósito popular, por lo que se pidió nueva votación, lo que no fue ni oído ni atendido.

La desatención a la protesta originó un tumulto grave, en el que hubo dos heridos, nombrados Hernán de Consuegra y Martín Becerro, que según el parte oficial salieron "el uno pinchado en la pierna, el otro a cuchillo el carrillo e ambos dolientes". Se puede apreciar que el pleito no fue una broma de año nuevo, sino una pelea en forma, cuando entre veinte hirieron a dos.

En vista de todo ello, los vecinos de Santa María del Puerto del Príncipe, elevaron un escrito de denuncia a Santiago de Cuba, entonces capital de la Isla, al gobernador interino Don Manuel de Rojas, exponiéndole todos los pormenores de la burla a la voluntad popular.

Debido a ese parte, Don Manuel de Rojas, el gobernador, elevó al Rey otro donde entre otras cosas le dijo: "Los vecinos del Puerto del Príncipe están dellos quexosos, porque en la elección de dichos Oficios reales, nunca se había guardado, ni se guardaba, la orden que V. Majestad manda que en ellos se tuviese".


Como observará el lector atento, el trabajo del historiador camagüeyano que reproduce Juventud Rebelde, una vez librado del contexto trucado en que esta publicación lo coloca, se convierte más bien en un boomerang contra el actual régimen. Aunque el procedimiento eleccionario colonial a que hace alusión Juárez Sedeño requiere, como el actual, de una convocatoria popular que la sancione o le dé su visto bueno, ello en sí mismo no es garantía de limpieza ni asegura la voluntad popular que supuestamente se consulta. No obstante, según acota nuestro historiador, los vecinos del Puerto del Príncipe (aquellos que podían votar) se enfrentaron a la farsa en la que los habían hecho representar un triste papel, y la rechazaron por varios métodos a su disposición, abiertamente. Existía además una especie de tribunal de arbitraje representado por el Gobernador interino en primer lugar, y por el Rey y su consejo, en segundo término.

¿A quiénes podrían acudir hoy día en busca de arbitraje los vecinos de la República de Cuba, frustrados en sus aspiraciones eleccionarias? La historia, en efecto, parece repetirse a ratos. Existen indudablemente paralelos entre los hechos ocurridos en la villa de Santa María del Puerto del Príncipe en 1528 y otros ocurridos en la repúblic antes y después de Castro. A estos últimos, no obstante el semanario J.R. no hace la menor alusión, precisamente porque suceden actualmente en Cuba. Las conclusiones obvias que podrían derivarse de un cotejo de los hechos en unos y otros casos, no enrumban en la dirección que Juventud Rebelde quisiera darles. No obstante, ¿qué podría ser más consecuente con el norte y carácter de una publicación como la aludida, que proclama ser "joven" y "rebelde", cuando está tan lejos de ser una cosa o la otra?