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>Documentos>Perdidos en el mar
Camagüeyanos por el Mundo,
de una idea de Luis Tornés Aguililla.
Octubre, 2003.



Dennis Aufiery


Recogemos aquí testimonios, nombres, hechos, datos de algunas de las muchas personas que salieron un día, con la esperanza de la libertad en la mira, para nunca llegar a su destino. El mar que aísla a la prisión de la que querían escapar se convirtió para ellas en mortaja, ataúd y tumba. Y allí quedaron.

Sirva este espacio de recuerdo para todos: para los familiares de los desaparecidos; para los cubanos, que hemos tenido que soportar los largos años de dictadura; para el mundo que contempla tranquila y complacientemente cómo se apilan los muertos.

Nosotros nunca olvidaremos.


El remolcador Trece de Marzo.

El 13 de julio de 1994 ocurrió la mundialmente conocida masacre del remolcador
Trece de Marzo, frente a las costas cubanas. Ese día setenta y dos hombres, mujeres y niños, abordaron el pequeño barco con el único propósito de escapar hacia los Estados Unidos. La embarcación fué perseguida por la guardia costera castrista durante unos 45 minutos. No fue hasta entonces que una nave del gobierno cubano comenzó a embestir el barco cargado de refugiados indefensos hasta provocar su fatídico hundimiento. El testimonio de una madre sobreviviente a la tragedia, María Victoria García Suárez, será expuesto a continuación. Ese día, María Victoria perdió a su esposo, su hijo de 10 años, su hermano, tres tíos y dos primos. Su testimonio desgarrador revela lo que le sucedió a su hijito una vez que estaban en el agua.


Testimonio de una madre sobreviviente al hundimiento del remolcador Trece de Marzo

María Victoria García Suárez, 30 años de edad. Madre sobreviviente que pierde a su hijo en el Remolcador Trece de Marzo.

Les confieso que aunque vivamos juntos, me resulta muy embarazoso conversar con mi hija sobre este asunto. Y no es porque se niegue a hablar, sino que ambos experimentamos sensaciones de dolor compartido que impiden una adecuada fluidez en la charla.

Ella describe con mucha exactitud los momentos trágicos vividos y logra involucrarme como un protagonista más del suceso. Al final terminamos desgastados.

Desde el fatídico día hasta hoy, van dos veces que la entrevisto. Y siempre repite lo mismo, como para no dejar lugar a dudas sobre la veracidad de lo expuesto. Ahora añade mayor riqueza a sus argumentos. Malli, como suele llamársele en la casa, no conoce el odio ni la violencia. Su niñez transcurre dentro de una atmósfera de amor y comprensión. Precisamente por la falta de ingredientes de crudeza en ella, se multiplica el impacto de esta amarga experiencia y le abre un enorme surco de dolor en su corazón. Este conmovedor relato lo obtuve una tarde en una de las dos habitaciones de mi casa. Estaban presentes también mi hijo Jorge Félix e Iván el sobrino.


"Con los matules al hombro cogimos la guagua. Mi grupo lo componen: Juan Mario mi hijo, Ernesto mi esposo, Joel mi hermano, Eddy y Estrella mis tíos, Eliecer y Omar mis primos, María Miralis y Xicdy, esposa e hija de Omar. Además, Armando Morales Piloto, amigo de Eddy, Julia Caridad y su hijo Ángel René, y Yaltamira con José Carlos; se agregó Espiga. Dentro de la guagua ya venían Lázaro Borges (Felo), chofer y primo de mi papá, su esposa Lisset y la hija Giselle, y Guillermo el tío. Arrancamos sin saber a dónde. Diez o quince minutos después, paramos. Pensé en la policía y corrí la cortina de la ventanilla a un lado para ver. Estábamos en la rotonda de Cojímar recogiendo otro grupo. Eran bastantes. Luego de saludarnos, continuamos.

Dejé abierta la cortina para curiosear. Íbamos por todo Vía Blanca rumbo a La Habana hasta el Paso Superior. Al llegar al semáforo de Vía Blanca y Fábrica, en vez de doblar a la derecha para el puerto, continuamos recto y más adelante entramos en la Benéfica.

En el parqueo se apagó el motor; como esperando por alquien que no estaba pero me doy cuenta que hacíamos tiempo. Felo tenía puesto Radio Reloj por el altavoz.

No demoramos tanto, partimos enseguida. Dos policías nos saludaron a la salida. Bordeamos a patrullas hasta frente a la fábrica de cementos. Allí doblamos a la izquierda en el Anillo y pronto llegamos al punto. El muelle queda un poco más allá de la planta de Tallapiedra, en la acera de enfrente.

Desperté al niño; estaba dormidito y nos bajamos. Alguno dejó olvidada una mochila en el piso. La recogí y entregué después. Felo mete la guagua en la rampa, la cierra y deja puestas las llaves en el chucho. Entramos en el remolcador, uno tras otro y sin hacer bulla. Un hombre nos guía diciendo: Sujétense bien. Cuidado no resbalen. Aléjense del motor. Por la derecha; por la izquierda. Péguense a las paredes del casco.

El niño a mi lado no hallaba respuestas a sus inquietudes. Quedamos en ir a un campismo y la realidad ante sus ojitos es otra. Por eso no se cansa de preguntar: '¿Mamá, a dónde vamos?' Y yo le repito: a pasear... a pasear; entonces me empina la mirada de lado y hace shis, shis, como si friera huevos. No está conforme, refunfuña y repite: Contrá... oyemé...

Subí a la cubierta bajo protesta de mi esposo cuando me lo pidieron. Abajo, él trató de sujetarme, pero le dije: sígueme, y no lo hizo. Conmigo habían otras madres con sus hijos: éramos pocos allí. Me acomodo por la parte de popa debajo del toldo que sirve de techo y nos sujetamos del palo que tiene la campanita arriba. Al niño lo meto dentro de un corralito en la misma base del palo. Navegamos un rato y es cuando el niño me pregunta, mirando hacia atrás: ¿Mamá, qué es esa luz? Entonces yo miro y compruebo que otro barco nos sigue. 'Sí mi hijo, es otro barco', le dije sin quitar mi vista de esa dirección.

El niño continúa insistiendo. Sacude sus manitas y los ojitos parecen desorbitárseles: '¡Mamá, mamá, se acerca...!' Alguien desde alante avisa que somos perseguidos, y siento que vamos más deprisa pero los de atrás se nos adelantan. Comienzan a tirar chorros de agua y nos empujan duro por el costado. Trato de cubrir con mi cuerpo el del niño. Escucho los gritos de una mujer aterrorizada: '¡Mi hijo..., mi hijo...!' Parece como si un chorro de ésos le arranca el niño de entre los brazos.

Estábamos ahí mismitico donde atraca el Galeón. La gente en el Malecón lo vieron todo. No podía mirar bien de frente, porque las luces que alumbran encandilan la vista. Apuntan los chorros sobre mí y casi quedo desnuda. Parecían hincados de clavos sobre las espaldas y los muslos; pero el niño, aunque estaba empapadito, no fue castigado. Me viraba de un lado para otro y le servía de escudo. ¡Pobrecito!, apretado contra mi pecho me decía bajito: '¡Ay, mamita, qué es esto... Dios mío, sálvanos!' Yo le daba aliento diciéndole que no tuviera miedo; que resistiera un poquito... que lo malo pasaba pronto. Pero seguían y seguían los chorros y los golpes.

Los que estaban cerca de mí huyeron de los ataques; algunos fueron lanzados brutalmente contra los hierros y maderas. Quedé sola con mi hijo aguantada del palo: temía moverme y ser lanzada también. No tuve más remedio que esperar que se cansaran o nos mataran.

Yo estaba de espaldas a la popa, y el niño me advierte: '¡Cuidado, mamá, viene pa'arriba de nosotros!' Trato de protegerme apretándome contra el niño y el palo. Aquello parecía un tiburón que venía a tragarnos. Llegó arriba de nosotros hasta que se monta encima y parte el barco por atrás. Poco faltó para que me exprimiera contra el palo. El niño grita temblando y lloroso: '¡Nos rendimos, nos rendimos...!' Otro hombre llama: 'Jabao... Jabao, déjanos ya... mira que hay mujeres y niños...' Y el asesino respondió burlón: '¿Eso no era lo que ustedes querían? ¡Ahí tienen, ahora arréglenselas como puedan o muéranse!'

Nuestro barco se hundía y yo desesperada no hallaba qué hacer. Cogí al niño y lo cargué. Pobrecito, rezaba, estaba como espantado. Se comía las uñitas y presentía lo malo. El agua comenzó a subir, mejor dicho, nosotros a bajar. Le dije al niño: 'Papi, sal del corralito y encarámate sobre mí. Ahora abraza tus piernecitas por mi cintura y sujétate de mi cuello con tus bracitos... apriétame fuerte y no me sueltes... coge aire bastante y cierra tu boquita'. Todo se lo fui diciendo en la medida que la situación se iba agravando, y él obedece. 'Sí, mamá', fueron sus últimas palabras con una vocecita que casi no se oía. Poco a poco fuimos bajando hasta que el mar nos traga completos. No sé cuándo bajé ni cómo subí. No sé si morí o volví a vivir. Parece que moví rápido las piernas y salimos a flote por dos veces. El niño seguía abrazado como dormido. Entonces lo llamo: 'Joanmi, Joanmi', pero no me respondía. Había perdido todas sus fuerzas por el agua tragada; estaba como desmadejadito.

Me mantengo a flote moviendo rápido las piernas. Miro alrededor y me aguanto de un bulto flotante; parecía una balsa, pero era Rosa ya muerta. Recuerdo sus gritos de locura durante los ataques. Sigo aguantada de ella y pido auxilio; temía demorarme y que el niño se muriera. Otras personas a las que nada más se le veían las cabecitas, también gritaban. Y aquellos barcos que nos hundieron, daban vueltas formando un remolino; no podía mantenerme así por mucho tiempo. Entonces descubro una caja flotando con un grupo de personas encaramadas. Trato de alcanzarla con el niño a cuestas y empujando a Rosa. Me acerco a la distancia del brazo. Algunos me tienden los suyos para acortar el tramo; pero al soltarme de Rosa para agarrarme de la gente, lo hago con tanta fuerza y desespero que todos me vinieron encima. Entre éstos y los de atrás que me agarraban las piernas para salvarse también, se desprende el niño y se me va. Grité desesperada: '¡Cójanme al niño, auxilio, se me ahoga!', pero nada, todo fué inútil. Se perdió ante mis ojos. Y lo más triste, no tenía fuerzas para nadar solito: había tragado mucha agua.

Junto a otros, permanecí sujeta al borde de la caja. Los remolcadores retrocedían cuando alguno trataba de darle alcance buscando socorro. Por fin unas lanchas de Guardafronteras tiraron salvavidas amarrados a sogas".

De las personas que componen inicialmente el grupo de María Victoria sólo se salvan dos primos, Armando Morales Piloto y ella. El resto desaparece. El gobierno cubano no hizo gestión alguna a favor de rescatar la embarcación hundida; tampoco entregó a sus familiares los cadáveres de las víctimas. Ni tuvo coraje político para abrir un proceso judicial para condenar a los culpables. A ocho años de esta masacre, los autores de este crimen todavía pululan indemnes por las calles de Cuba.

Net for Cuba, 2002.


Mi hermano y otros muchachos desaparecieron juntos el 8 de septiembre de 1988.

Todos eran oriundos de La Habana del Este, frente al mar. Esta es una zona preferida por los balseros por su situación geográfica. Todos eran muy queridos en el barrio y fue la primera vez que un grupo de desaparecidos fue documentado por Radio Martí. El hecho de que fueran tan jóvenes provocó una gran tristeza en toda La Habana.

Tres blancos y un negro: por eso el pueblo los asoció con la historia de la Virgen de la Caridad del Cobre. Hubo, a raíz de esto, peregrinaciones al santuario de la Virgen.

El gobierno cubano, para calmar los ánimos, inventó la historia de que los muchachos habían aparecido unos días después.

Armando Betancourt, 24 años. Me despedí de él con un abrazo antes de irme de Cuba y le pedí que cuidara a mi madre y que no fuera a cometer la misma locura que yo. Durante el registro que hicieron en mi casa le dispararon dos veces; fue detenido por la Seguridad del Estado y la Contrainteligencia Militar. Cumplió condena de un año.

Luis Morelos Coll, de 19 años, cumplía el servicio militar obligatorio. Dejó una nota bajo la almohada el 6 de septiembre diciendo que se iba de Cuba. Días después los guardacostas de los Estados Unidos encontraron una balsa de neumáticos vacía: con sólo una mochila. En un pedazo de papel se encontraban los nombres y direcciones de familiares de Luis en los E.U.A.

Eduardo Bazán, 18 años y Eric Bazán, 14 años, conocidos como los hermanos Bazán.

Perdidos en el mar.

Pablo Betancourt.
Octubre, 2003.


Camagüeyanos ahogados tratando de salir de Cuba.

Denis Martínez Hernández, nacido el 1º de marzo de 1972. Luchador del estilo grecorromano. Domicilio en calle Cuba 78 entre San Esteban y Montreal, Reparto La Zambrana, Camagüey. Nombre de su madre: Clara Hernández. Su padre vive en los Estados Unidos.

En 1994 un grupo de doce personas salió de Cuba por una playa del municipio de Vertientes. Estuvieron 16 días sin agua, perdidos. Los más fuertes se separaron para buscar ayuda y se ahogaron seis. Aparecieron en Isla de Pinos. Uno de ese grupo de los más fuertes se salvó y se llama Roberto Victoria, del reparto El Jardín de la ciudad de Camagüey. Entre los muertos se encuentran Guillermo, Lianela, Yosvany (fue el primero que se ahogó) y también hay otra muchacha. Todos los del grupo de los más débiles se salvaron. En total murieron seis y se salvaron seis. No tengo referencias de la sexta víctima.

Toda esta información la obtuve del hermano de Denis, que se llama Mario Martínez Hernández (Mayito) y que llegó a E.U.A. en julio de este año.

Gregorio Sáez.
Octubre, 2003.


Amigos míos siempre lo serán.

Vengo a confirmar estos datos que proporciona el Sr. Sáez. Para agregar algo más, Lianella y Guillermo (calle Domingo Puentes entre Dolores Betancourt y Palmira, Torre Blanca, Camagüey) eran hermanos, únicos hijos de sus padres, que son Guillermo y Nereida. Sé dónde viven. El único recuerdo que queda a estos padres dolidos con la muerte de sus hijos es el pequeño nieto que Guillermo dejó cuando salió en busca de su libertad: su esposa estaba embarazada. Conozco muy bien a esta familia desde niña, y al otro muchacho también, Yosvany (calle Acosta entre Plantel y Coronel Bringa, Reparto Torre Blanca, Camaguey) el indiecito: así se le decía en el barrio. Tengo fotos de estos chicos. Recuerdo los ratos que pasamos juntos en la vieja quinta del barrio. Como quien dice, nos criamos juntos. Que Dios los tenga en su Gloria.

Lo siento, me he puesto triste. La vista se me ha nublado y no puedo escribir muy bien.

Davianca Vértiz.
Octubre, 2003.


El dolor de todo cubano.

Mi nombre es Bárbara. Fui dirigida a este foro por Pablo Betancourt. Les quiero contar la historia de mi hermano menor, desaparecido en agosto de 1994; no sabemos el día exacto. Su nombre es Nelson Gómez Cruz. Salió con cuatro personas más. Él fue el único que no llegó a ser recogido por los guardacostas. Es algo confuso lo que le pasó. Hablar de eso no puedo, y escribirlo me hace llorar como si hubiera pasado ayer. Dejó en Cuba esposa y dos hijos, uno de cuatro años y la niña de sólo 10 meses de nacida. Lo más triste de todo es que la salida del país le llegó sólo tres meses después de la desgracia.

Nosotros, su familia, no hablamos de él como si estuviera muerto. Es algo muy difícil cuando no se tiene un funeral, un entierro, un lugar donde poner flores.

Sólo quería compartir el dolor de mi familia que es el dolor de todo cubano. Gracias.

Bárbara Gómez Cruz.
Octubre, 2003.


De nuestro foro.

Cuando el huracán Andrew en 1993 el Sr. Alberto Martínez Miranda, residente en la calle San Fernando esquina Tío Perico, murió ahogado en el Estrecho de La Florida, dejando en la balsa de neumáticos a su esposa Ana María y a su hijito de meses de nacido. Que Dios lo tenga en Su Gloria.

Juan Carlos Fonte Barreto.
Abril, 2006.