| >Del saber>¿José Martí ambientalista? Eudel Cepero Varela.
 AAMEC, Abril 19 de 1997. Camagüey.
 
 
 
Hoy es común escuchar la irónica frase: "Martí sabía de todo",  y quizás  el título del presente trabajo sirva de  estribillo  para esos sarcasmos de ignorantes. Pero la realidad es que el Apóstol, además de poseer una inmensa capacidad intelectual y una considerable  amplitud  de pensamiento, fue un  periodista  fecundo  que escribió  sobre muy variados temas; entre ellos, la naturaleza  y su protección.
 Existen suficientes argumentos para avalar esto. Incluso,  Cintio Vitier  considera:  "toda su obra, toda su filosofía, y  toda  su línea  de  acción  revolucionaria parte de su  concepción  de  la naturaleza." Y precisamente ese es el primer eslabón para  engarzar las ideas de su ambientalismo. No es posible que una  persona estrechamente  vinculada  a la naturaleza no sea  sensible  a  su cuidado: la unicidad a la naturaleza es la clave primera. Una temprana reflexión realizada en la Revista Universal de  México,  el 26 de agosto de 1875, apunta elementos del moderno  concepto de desarrollo sostenible: "La tierra nunca decae, ni niega sus frutos,  ni  resiste  el  arado, ni  perece:  la  única  riqueza inacabable de un país consiste en igualar su producción agrícola a  su  consumo; lo permanente bastará a lo  permanente.  Ande  la industria perezosa: la tierra producirá lo necesario.  Debilítese en  los puertos el comercio: la tierra continuará  abriéndose  en frutos.  Esta  es la armonía cierta. Esta es  previsión  sensata, fundada en un equilibrio inquebrantable."
 
 Según la Organización Mundial para la Alimentación y la Agricultura  de la ONU (FAO), el desarrollo sostenible es  "asegurar  la continua  satisfacción  de  las  necesidades  humanas  para  las generaciones  presentes  y  futuras", lo cual  coincide con  las posiciones martianas hasta el punto de ser posible interrelacionar ambas,  logrando  un poético concepto:  "la  única  riqueza inacabable de un país consiste en igualar su producción  agrícola a  su  consumo" para "asegurar la continua satisfacción  de  las necesidades  humanas", lo cual "es previsión sensata, fundada  en un equilibrio inquebrantable", "para las generaciones presentes  y futuras." De esta forma se demuestra cómo en ambos casos se trata de  un  mismo  asunto: asegurar una  producción  sostenida  para satisfacer  las necesidades reales sin sobrepasar los límites  de la  "armonía cierta." Estas ideas de Martí, si bien son un eco de las de los  fisiócratas,  también constituyen parte  de  su  pensamiento agrario en el cual se reiteran constantemente los principios  de la hoy llamada agricultura sostenible.
 
 Si  nos remitimos al discurso pronunciado en Venezuela, el 21  de marzo  de  1881, podemos apreciar una visión  positiva  de  una naturaleza "pujante y viva" al servicio de los "pueblos prósperos y  dichosos",  imagen dada en las esperanzas despertadas por  el progreso  científico y técnico de la segunda mitad del siglo XIX.  Dijo Martí:  "Y vi  entonces,  desde  estos  vastos  valles,  un espectáculo  futuro  en  el que yo quiero caer, o  tomar  parte.  Vi hervir  las  fuerzas de la tierra; y cubrirse como  de humeantes desfiles  de  alegres barcos los bullentes ríos; y  tenderse  los bosques por la tierra, para dar paso a esa gran conquistadora que gime,  vuela y brama. Y verdear las faldas de los montes, no  con el  verde  oscuro  de la selva sino con el  verde  claro de  la hacienda  próspera; y sobre la meseta vi erguirse pueblos; y  en los  puertos, como banderas de mariposas, vi flamear en  mástiles delgados alegres y numerosísimas banderas y vi, puestos al servicio de los hombres, el agua del río, la entraña de la tierra,  el fuego del volcán. Los rostros no estaban macilentos, sino jubilosos; cada hombre, como cada árabe, había sembrado un árbol, escrito un libro, criado un hijo; la inmensa tierra nueva,  ebria  de gozo  de  que sus hijos la hubiesen al  fin  adivinado,  sonreía; todas  las  ropas eran blancas, y un suave sol  de  enero  doraba blandamente aquel paisaje. ¡Oh!, qué calvario hemos de andar  aún para ver hervir así la tierra..."
 
 Es  notable el uso reiterado de la palabra verde, hoy símbolo  de ecología  y  protección ambiental, cuando dice:  "y  verdear  las faldas de los montes, no con el verde oscuro de la selva sino con el  verde  claro  de la hacienda próspera".  Válido  también  es resaltar  la  propuesta  de sustituir la  selva  por  "haciendas prósperas"  y no por desiertos, como está ocurriendo, lo cual  se aprecia desde el presente en términos de sostenibilidad, aunque la alegoría  de  "sustituir la selva" puede no estar a tono  con  el "ecologismo  profundo", que excluye la acción del hombre  en  su entorno.
 
 Sin embargo, explicando la frase: "la inmensa tierra nueva, ebria de  gozo  de  que  sus  hijos  la hubiesen  al  fin   adivinado, sonreía...",  desde los redescubiertos preceptos de  la  ecomoral que define al hombre como un ser biosocial,  determinado  además por  la biota, por la naturaleza, por la "inmensa tierra  nueva", la cual no tiene que vencer ni dominar sino entender  y mantener, se comprende entonces por qué la naturaleza está "ebria de gozo"  al ver que hemos "adivinado", que somos "sus hijos" y no sus enemigos.
 
 Inesperadamente  termina  diciendo: "¡Oh!, qué calvario  hemos  de andar aún para ver hervir así la tierra..." La interrogante es bien acotada  por  Cintio Vitier en su ensayo "La  Tierra  Adivinada": "¿Por qué invocar a propósito de tan paradisiaca visión un calvario?  Algo  muy doloroso pensó él que había que  atravesar  para merecer esa naturaleza al servicio feliz de los hombres." Resulta lamentable  que el presagio se esté cumpliendo y andemos por  ese "calvario"  donde  cada segundo desaparece un  pedazo  de  bosque húmedo del tamaño de un campo de fútbol, cada noche se  estrellan contra  un  faro en el Mar del Norte mil quinientas  alondras,  y donde  un  gato inglés come más proteínas que un  ser  humano en áfrica.
 
 En otro momento de este discurso, al compararnos con los europeos, señala: "Como ellos los del arte, nosotros tenemos los monumentos de  la  naturaleza; como ellos catedrales  de  piedras,  nosotros catedrales  de  verdor, y cúpulas de árboles más vastas  que  sus cúpulas,  y  palmeras tan altas como sus torres." Ese cotejo de profeta  tiene vigencia si consideramos que en una  hectárea  de nuestras "catedrales de verdor" hay cientos de especies  vegetales,  mientras que en cientos de hectáreas de los bosques  europeos sólo existe el abedul;  nuestra biodiversidad, aún desconocida (más de veinticinco millones de especies no descritas científicamente), es mucho más grande que todos los monolitos  de Europa.
 
 Y  aunque  a los veintiocho años Martí hace  toda  esa  evocación futurista del uso y destrucción de la naturaleza, su ambientalismo no  queda sólo en visiones cargadas de imágenes, pasto para  disímiles interpretaciones; no, llega hasta el  raciocinio  elemental, capaz  de satisfacer al más exigente de los escépticos. Dos  años después del discurso venezolano, viviendo en Nueva York, escribió en el periódico La América: "A los niños debiera enseñárseles a leer  esta  frase: La agricultura es la única fuente constante, cierta y enteramente pura de riquezas."
 
 Lamentablemente  el consejo martiano no fue seguido y la  mayoría de  los  niños  desconocieron que la agricultura  es  una  forma permanente y limpia de producir bienestar, precisamente  cuando se pasaba de la agronomía de subsistencia a la industrial. Esta es  una  de las causas por las que actualmente se degradan  cada año,  en el mundo, entre cuatro y siete millones de hectáreas  de suelos.  En esa frase se encuentran los elementos esenciales  del ahora reinventado concepto de agricultura sostenible. Estas ideas  las sigue el Apóstol por igual época y medio  en  el artículo  "Abono, la sangre es buen abono", donde afirma:  "quien abona bien su tierra, trabaja menos, tiene tierra para más tiempo y  gana más...". Demuestra dominio sobre el tema al aclarar:  "no  hay  que  creer que todo abono que se recomienda  es  bueno, porque  cada  puñado de tierra tiene su  constitución  propia,  y acaso  lo que conviene a la Martinica, no estará bien en la  Isla de Trinidad." E incluso alerta contra uno de los actuales flagelos ecológicos producidos por la agricultura: "hay que estar, sin embargo,  en  guardia contra un riesgo que puede  venir  del  uso inmoderado o torpe de ese abono".
 
 En  abril  de  1884, también en La América,  hace  un  comentario sobre  "El  manual  del veguero venezolano", del  Sr.  Lino  López Méndez,  en el cual se puede constatar que conoció y  estudió  la importancia de los abonos naturales: "cuenta cómo ha de  abonarse la  tierra;  por cuanto no hay tierra por rica que sea,  que  no mejore  con el abono... y el tabaco ha menester más  que  planta alguna de abono cuidadoso sin que haya mejor que el de  vegetales bien podridos ( por la sabida ley que la vida nace de la muerte), mezclado  con  una parte de estiércol de bestias;  los  vegetales mejores  son los palos de las mismas matas de tabaco,  las  cañas del arroz y del maíz, la hojarasca que se va trocando en  tierra. Y  explica cómo se ha de ir preparando en montones este abono,  y no ha  de  usarse de montón que no tenga  ya  contado  sus  seis meses."
 
 Como se ha podido leer, el abono orgánico es elemento  importante en  sus escritos agrícolas y no le son ajenos  los  conocimientos sobre el reciclado de nutrientes en el suelo a partir del rastrojo de cosechas, la elaboración de compost con estiércol animal  y en  general el papel de los microorganismos en el suelo,  por  la "sabida ley que la vida nace de la muerte"; todo lo cual constituye basamentos esenciales de la agricultura orgánica.
 
 Una  argumentación infalible para demostrar el  interés  martiano por  la  protección del entorno se encuentra  en  dos  artículos aparecidos también en La América, pero un año antes de la  anterior exégesis. El primero, "México siembra su valle", refiere los pormenores de un contrato ofrecido por el  gobierno mexicano  para reforestar la cuenca ocupada por su  capital:  "El gobierno  mexicano, a quien animan sin duda propósitos  serios  y definidos  de  mejora patria, ha celebrado un  contrato  para la plantación  de  dos millones de árboles en el valle  de  México."
 
 Observemos cómo la siembra de árboles es "mejora patria", juicio que reafirma en el segundo título "Congreso Forestal", al  decir: "He  aquí  una  cuestión vital para la  prosperidad  de  nuestras tierras,  y el mantenimiento de nuestra riqueza agrícola.  Muchos no se fijan en ella porque no ven el daño inmediato. La cuestión vital de que hablamos es esta: la conservación de los bosques  donde existen; el mejoramiento de ellos  donde  existen mal; su creación, donde no existen."
 
 Llega a ser categórico ante las consecuencias de la deforestación:  "Comarca  sin árboles, es pobre. Ciudad  sin  árboles  es malsana.  Terreno  sin  árboles, llama poca lluvia  y  da  frutos violentos." Este argumento en su inicio es una continuación  del axioma:  árboles  igual a riqueza, pero encierra una  proyección ecológica  inmensa al afirmar: "Ciudad sin árboles  es  malsana." Si sólo consideramos cómo la floresta absorbe la radiación solar y suaviza  los  climas urbanos, no reviste tanta trascendencia la frase; pero  a  la penumbra  de la contaminación atmosférica y de la función de  los árboles en calidad de sumideros de dióxido de carbono, la afirmación se convierte  en predicción de iluminado, porque Martí sólo vio el esmog de Nueva York en su imaginación.
 
 Es  cierto, además, que "terreno sin árboles llama poca lluvia  y da  frutos violentos", lo cual indica el conocimiento de la  función de los bosques en la regulación climática y el ciclo  hidrológico, pero también es una referencia sobre  la  desertificación, pues  cuando se talan los árboles el suelo se erosiona  y  pierde fertilidad,  dando arbustos espinosos paridores de "frutos  violentos".
 
 Este  artículo lo continúa con una objetiva referencia a la  tala indiscriminada  de  los bosques naturales: "Y  cuando  se  tienen buenas  maderas,  no hay que hacer como los  herederos  locos  de grandes fortunas, que como no las amasaron, no  saben  calcular cuándo  acaban y la echan al río...", culminando con un  razonamiento ambientalista: "Hay que cuidar de reponer las maderas que se cortan,  para que la herencia quede siempre en  flor,  y  los frutos  del  país  solicitados,  y éste señalado  como  buen  país productor",  demostrando, una vez más, su preferencia por el  uso sostenible, "permanente, equilibrado", de los recursos  naturales; los cuales al ser renovables y en la medida en que se  conserven, y se exploten sostenidamente, pueden satisfacer la demanda fuerte, diversa y a menudo contrastante de que son objeto.
 
 Otra argumentación sorprendente, por el actual y moderno problema ecológico  tratado,  se  encuentra en el  siguiente  párrafo  del artículo  "Inmigración", publicado igualmente en La  América,  en septiembre  de 1883: "El conflicto vendría de acumular  población excesiva en los centros grandes, pletóricos y lujosos de  población, que no necesitan de ella." Y el conflicto vino. En el mundo tenemos  trece  ciudades con más de diez millones  de  habitantes sumidos en la contaminación ambiental, la pobreza, el crimen,  el ruido, la escasez de agua y el hacinamiento.
 
 Pero  incluso, el Apóstol llega hasta uno de los más  importantes conceptos de la ecología. En carta dirigida al director del  periódico mexicano "El Partido Liberal", fechada el 14 de febrero de  1887, define con espectacular poder de síntesis  la  esencial coherencia  de la diversidad, de lo único en el  todo  ambiental, cuando escribe: "El universo es lo universo. Y lo  universo,  lo uni-verso, es lo vario en lo uno. La naturaleza, llena de sorpresas, es toda una. Lo que hace un puñado de tierra, hace al hombre y hace al astro".
 
 Este  lógico  razonamiento  define a la  naturaleza  como  lo "universo, lo vario en lo uno", y es imprescindible para  entender por qué el detergente escurrido por el tragante de un  fregadero causa  la muerte de langostinos en la lejana costa;  por  qué la erosión de tierras en Mississipi deja sin empleo a los pescadores  del  Golfo de México; por qué  los  automóviles  producen un  agujero  atmosférico sobre un continente  donde  apenas  hay vehículos. En fin, por qué todo está relacionado con todo. Como se  puede apreciar, Martí estaba bien preparado  para  comprender los más acuciantes problemas que hoy afectan al medio ambiente, e incluso  la  frase "la naturaleza, llena de  sorpresas,  es  toda una",  parece una traducción lírica del catedrático  concepto de biodiversidad:  "comprende la diversidad dentro de cada  especie, entre las especies y de los ecosistemas".
 
 En  esa misma carta comenta sobre la posibilidad de fabricar  alimentos naturales artificialmente: "'De aquí a tres años' -dice Edison- 'Nueva York  no comerá carne ni hortaliza. Yo la haré   más barata que  la tierra.' ¡Tal parece que la naturaleza, luego que los atrae a  sus brazos, trastorna a sus amantes!"; exclamación certera para  definir la causa de los desastres ecológicos que hemos ocasionado al trastornarnos  con la presunción de nuestros impensables  descubrimientos, con nuestras inventivas casi milagrosas, con nuestras posibilidades ilimitadas de imaginar y crear, dadas  precisamente por  la naturaleza.  Hemos llegado a la absoluta locura  de  la  auto flagelación complaciente, de la destrucción irracional de  nuestro propio "uni-verso". Nuestro conocimiento de la naturaleza,  luego de atraernos, nos ha trastornado hasta el  punto del suicidio universal.
 
 Ya  en la culminación de su obra diarística el Apóstol  funda  el periódico "Patria", órgano de propaganda del Partido Revolucionario Cubano, donde escribe el 14 de marzo de 1892, en un trabajo titulado "Nuestras Ideas": "La igualdad social no  es  más que el reconocimiento de la igualdad  visible  de  la naturaleza".  Con  esta reflexión  de  profundo  contenido ambientalista  damos  paso  al análisis  del  mensaje ecologista que existe en  algunos  de  sus pensamientos.
 
 De todos es conocida la frase: "ser culto es el único modo de ser libre".  Sin  embargo, pocos saben que la misma es  tan  sólo  una pequeña  parte  de su mensaje sobre la necesidad de  estudiar  la naturaleza  y aprovechar sostenidamente sus recursos: "Ser  bueno es  el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único  modo  de ser libre. Pero, en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser  próspero  para ser bueno. Y el único camino  abierto  a  la prosperidad  constante  y fácil es el de conocer,  cultivar  y aprovechar los elementos inagotables e infalibles de la  naturaleza."
 
 En  otro  de  sus pensamientos nos entrega la  fórmula  que  debe encontrar la humanidad para lograr la dicha en un mundo social y ecológicamente armónico: "La felicidad existe sobre la tierra;  y se  la conquista  con el ejercicio prudente  de  la  razón,  el conocimiento de la armonía del universo, y la práctica  constante de la generosidad". También reflexiona sobre un mal que mucho nos aqueja,  el desconocimiento: "Las contradicciones no están en  la naturaleza sino en los hombres que no saben descubrir sus analogías". Y  para,  finalmente, ratificar la respuesta afirmativa  que  dan todos  los argumentos de este trabajo a la  interrogante  de  su título: "El mundo sangra sin cesar de los crímenes que se cometen en  él  contra la naturaleza."
 
 Hoy que comenzamos a  levantar  en Cuba las primeras corrientes del pensar en aras de la  protección  del  entorno, buscar en nuestras raíces la simiente  es  garantía para  el  inicio, y solidez para el constante  accionar.  Sirvan entonces  estas líneas para afirmar, por derecho demostrado  y  a pesar de los ignorantes: José Martí es ambientalista.
 Eudel Cepero, autor de este interesante escrito, vive en Camagüey, en donde preside la agencia ambiental Entorno Cubano, una entidad independiente del gobierno (ONG). Si alguien desea ponerse en contacto con Eudel, puede hacerlo a través de Carlos Sotuyo sotuyof@bellsouth.net, miembro activo de Camagüeyanos por el Mundo.
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