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>Del saber>El fracaso no será mi recompensa por la lucha
Anónimo.

Así como la naturaleza no ha hecho provisión alguna para que mi cuerpo tolere el dolor, tampoco ha hecho provisión para que mi vida sufra el fracaso.

El fracaso, como el dolor, es ajeno a mi vida. El pasado lo acepté como acepté el dolor; ahora lo rechazo y estoy preparado para abrazar la sabiduría y los principios que me sacarán de las sombras para internarme en la luz resplandeciente de la riqueza, la posición y la felicidad, muy superiores a mis más extravagantes sueños, hasta que aún las manzanas de oro en el Jardín de las Hésperides no parecerán otra cosa que mi justa recompensa.

El tiempo le enseña todas las cosas a aquel que vive para siempre, pero no puedo darme el lujo de la eternidad.

Y sin embargo dentro del tiempo que se me ha asignado debo practicar el arte de la paciencia, porque la naturaleza no procede jamás con apresuramiento.

Para crear el olivo, el rey de todos los árboles, se requieren cien años. Una planta de cebollas es vieja después de nueve semanas. He vivido como una planta de cebolla. Pero no he estado conforme con ello. Ahora quisiera ser el más grande de los árboles de olivo, y en realidad el más grande de los vendedores.

¿Y cómo lo lograré? Porque no tengo ni los conocimientos ni la experiencia para alcanzar la grandeza, y ya he tropezado en ignorancia y caído en el charco de la compasión por mí mismo. La respuesta es sencilla.

Comenzaré mi viaje sin el estorbo de los conocimientos innecesarios o la desventaja de una experiencia carente de significado. La naturaleza me ha proporcionado ya el conocimiento y el instinto muy superiores a los de cualquier bestia en el bosque, y a la experiencia se le ha asignado un valor exagerado, especialmente por los viejos que asienten sabiamente con la cabeza y hablan estúpidamente.

En realidad la experiencia enseña sistemáticamente, y sin embargo su curso de instrucción devora los años del hombre, de manera que el valor de sus lecciones disminuye con el tiempo necesario para adquirir su sabiduría especial. Y al final se ha malgastado en hombres que han muerto. Además la experiencia se compara con la moda. Una acción o medida que tuvo éxito hoy será irresoluble o impráctica mañana.

Solamente los principios perduran y éstos poseo, porque las leyes que me conducirán a la grandeza figuran en las palabras de estos pergaminos. Me enseñarán más a evitar el fracaso que a alcanzar el éxito. Porque, ¿qué es el éxito, sino un estado mental? Dos personas entre mil sabios nunca definirán el éxito con las mismas palabras.

Y sin embargo el fracaso se describe siempre de la misma forma: el fracaso es la incapacidad del hombre para alcanzar sus metas en la vida, cualesquiera que ellas sean.

En realidad, la única diferencia entre aquellos que han fracasado y aquellos que han tenido éxito, reside en la diferencia de sus hábitos. Los malos hábitos son la puerta abierta al fracaso. De manera entonces que la primera Ley que obedeceré y que precede a todas las otras es la siguiente: me formaré buenos hábitos, y seré esclavo de esos hábitos.

Cuando era niño era esclavo de mis impulsos; ahora soy esclavo de mis hábitos, como lo son los hombres crecidos. He rendido mi libre albedrío a los años de hábitos acumulados y las acciones pasadas de mi vida han señalado ya un camino que amenaza aprisionar mi futuro.

Mis acciones son gobernadas por el apetito, la pasión, el perjuicio, la avaricia, el amor, temor, medio ambiente, hábitos; y el peor de estos tiranos es el hábito.

Por lo tanto, si tengo que ser esclavo de los hábitos, que sea esclavo de los buenos hábitos. Los malos hábitos deben ser destruidos y nuevos surcos preparados para la buena semilla.

Adquiriré buenos hábitos y me convertiré en su esclavo. ¿Y como realizaré esta difícil empresa? Lo haré por medio de estos pergaminos, porque cada uno de ellos contiene un principio que desalojará de mi vida un hábito malo y lo reemplazará con uno que me acerque al éxito. Porque hay otra ley de la naturaleza que dice: sólo un hábito puede dominar a otro. De manera que a fin de que estas palabras escritas cumplan la tarea para la cual han sido designadas, debo disciplinarme a mí mismo y adquirir el primero de mis nuevos hábitos, que es el siguiente:

Leeré cada pergamino durante 30 días, en la forma que aquí se prescribe, antes de proceder a la lectura del pergamino siguiente.

Primero leeré las palabras en silencio cuando me levante por la mañana. Luego leeré las palabras en silencio después de haber participado de la comida del mediodía. Finalmente leeré las palabras de nuevo antes de acostarme al finalizar el día, y aún más importante, en esta oportunidad leeré las palabras en alta voz.

Al día siguiente repetiré este procedimiento, y continuaré de esta manera durante 30 días. Luego comenzaré el siguiente pergamino y repetiré este procedimiento durante otros 30 días. Continuaré de esta forma hasta que haya vivido con cada uno de los pergaminos durante 30 días y mi lectura se haya convertido en hábito.

¿Y qué realizaré mediante este hábito? Reside aquí el secreto oculto de todas las realizaciones del hombre. Al repetir diariamente las palabras, se convertirán pronto en parte integral de mi mente activa, pero aún más importante, se filtrarán también hasta la otra mente mía, ese misterioso veneno que nunca duerme, que crea mis sueños y con frecuencia me hace proceder en una forma que no comprendo. A medida que las palabras de estos pergaminos son absorbidas por mi misteriosa mente, comenzaré a despertar todas las mañanas con una vitalidad que no he conocido nunca.

Mi vigor aumentará, mi entusiasmo se acrecentará, mi deseo de enfrentarme con el mundo dominará a todos los temores que antes me asaltaban al amanecer, y seré más feliz de lo que jamás había pensado que fuese posible en este mundo de luchas y de dolor.

Finalmente, descubriré que reacciono ante todas las situaciones que me confrontan como los pergaminos me ordenaron que reaccionara, y pronto estas acciones y reacciones serán fáciles de realizar, porque todo acto se hace fácil con la práctica.

De manera entonces que nacerá un hábito nuevo y bueno, porque cuando un acto se hace fácil mediante la repetición constante, se convierte en un placer realizarlo, y si es un placer realizarlo, corresponde a la naturaleza del hombre realizarlo con frecuencia. Cuando lo hago con frecuencia, se convierte en un hábito y yo me convierto en su esclavo y puesto que este es un hábito, esta es mi voluntad.